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mayo 13, 2025 7:32 pm

Trump y su nueva era Dorada o el imán inmobiliario en Medio Oriente

Al final, para Trump, cada torre es un espejo y en cada cristal dorado, se refleja a sí mismo.

Por: Equipo Mercados Inmobiliarios

Donald Trump regresa a Medio Oriente, pero esta vez no como el outsider que incomodaba a los diplomáticos clásicos. Hoy, en su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, se mueve con la soltura de quien ha hecho de la política un brazo de su estrategia personal. Y de los negocios, una extensión del poder.

Su gira por Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Omán, envuelta en la retórica de la cooperación energética y la estabilidad regional, arrastra un subtexto más denso: el avance de sus inversiones inmobiliarias en una región que lleva años siendo terreno fértil para su apellido. En los márgenes de las reuniones oficiales y los saludos protocolares, crecen torres, se licitan resorts y se firman convenios con desarrolladoras locales que, más que metros cuadrados, compran marca: la marca Trump.

Desde los años noventa, cuando vendió el Hotel Plaza de Nueva York al príncipe saudí Al-Waleed bin Talal para salir del colapso financiero, Trump ha sabido leer el apetito de las monarquías del Golfo por el lujo occidental con sello propio. Hoy, ese olfato se convierte en estrategia de Estado.

La Trump Organization —administrada ahora por sus hijos, Donald Jr. y Eric— ha consolidado alianzas con firmas como Dar Global, el brazo internacional de la gigante Dar Al Arkan, para expandir su presencia con proyectos que incluyen el Trump International Omán, un complejo de golf y residencias de ultra lujo, y una Trump Tower en Yeda, aún en etapa de diseño, pero ya ampliamente publicitada.

Nada es casual. Las imágenes de Trump caminando junto a Mohamed bin Salmán o compartiendo cenas privadas con emires no solo consolidan su política exterior: también revalorizan su marca. La confusión entre lo público y lo privado, que fue una constante en su primer mandato, hoy se presenta como arquitectura de poder.

Oficialmente, el presidente no tiene vínculos directos con los contratos firmados en el Golfo. Pero la marca que decora los proyectos es la misma que figura en sus discursos, su avión y su biografía.

Los críticos denuncian conflictos de interés flagrantes. El regreso de un presidente en funciones con intereses inmobiliarios personales en países con los que negocia armas, energía y alianzas militares, dibuja una escena difícil de justificar desde los estándares éticos convencionales.

Pero Trump nunca ha pretendido ser convencional. Para él, la política es un tablero de intereses —los suyos y los de su país— y Medio Oriente, un campo ideal para hacerlos coincidir.

Los defensores del mandatario ven en esta doble agenda un ejemplo de “diplomacia empresarial” efectiva. La región lo recibe con entusiasmo, no solo por la memoria de su apoyo irrestricto en temas sensibles —como el alineamiento frente a Irán o el silencio ante el caso Khashoggi—, sino porque Trump representa una visión del poder que las élites locales entienden bien: personalista, transaccional, opulenta.

La fórmula de su expansión es simple pero eficaz. A diferencia de los grandes desarrolladores globales, la Trump Organization no construye: licencia. Ofrece el nombre, el diseño, y a veces el relato. Lo demás —el capital, el riesgo y la ejecución— queda en manos de actores locales.

De ahí que el crecimiento de su portafolio internacional no requiera de grandes inversiones, sino de grandes alianzas. En Medio Oriente, ha encontrado ambas.

La gira termina, pero las preguntas permanecen. ¿Dónde termina el presidente y empieza el empresario? ¿Puede un jefe de Estado negociar acuerdos que, en paralelo, potencian sus negocios personales? ¿Qué precedentes deja para futuras administraciones?

Trump, como de costumbre, no responde. Sonríe en las fotos, repite que “América está ganando otra vez” y deja que las torres hablen por él. Porque si algo ha entendido mejor que nadie, es que el poder no siempre se ejerce desde la Casa Blanca. A veces, se proyecta desde una suite en el desierto, con vista al campo de golf y el nombre en dorado sobre la entrada.

Porque al final, para Trump, cada torre es un espejo y en cada cristal dorado, se refleja a sí mismo.

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