El mercado inmobiliario chileno enfrenta hoy un obstáculo que amenaza con prolongarse: el financiamiento.
Durante años, el acceso relativamente sencillo a créditos hipotecarios permitió sostener la demanda, dinamizar la construcción y alimentar la inversión. Esa etapa terminó.
Las tasas de interés en niveles históricamente altos, junto con bancos más exigentes en pie y renta, han convertido el sueño de la vivienda propia en un privilegio de pocos.
En paralelo, el déficit habitacional supera las 600 mil viviendas, presionando la demanda de arriendos y generando un efecto dominó en toda la industria.
El sector privado mira con preocupación esta brecha. No se trata solo de coyuntura financiera: sin acceso a crédito, la inversión se ralentiza, la construcción se contrae y se erosiona la capacidad de respuesta frente al déficit.
En este escenario, la vivienda corre el riesgo de transformarse en un activo especulativo más que en un derecho o una oportunidad de movilidad social.
Chile necesita repensar sus mecanismos de financiamiento. El fortalecimiento de la industria de multifamily es una señal de adaptación, pero insuficiente para resolver el problema de fondo.
La pregunta es clara: ¿seguirá el país dependiendo exclusivamente de la banca tradicional o abrirá paso a instrumentos más flexibles y accesibles, que permitan reactivar el mercado sin hipotecar la estabilidad macroeconómica?






