Por: Eduardo Ricci Burgos, abogado de Negocios en COHLERS & PARTNERS
El negocio inmobiliario y de la construcción nacional enfrenta, en lo que queda de este 2025 y para el 2026, un escenario particularmente desafiante: un entorno económico incierto, con costos de financiamiento aún elevados, mayor escrutinio normativo y un consumidor cada vez más exigente. Sin embargo, la historia del sector demuestra que, frente a las crisis, se abren también ventanas de innovación. Hoy la verdadera disyuntiva no es solo cómo construir más, sino cómo construir mejor y con un sentido de largo plazo.
Es necesario un cambio en las prioridades.Durante décadas, el foco estuvo puesto en la velocidad y volumen de la edificación, levantar viviendas para responder a la creciente demanda urbana. Hoy, la prioridad ha cambiado. Familias y empresas buscan proyectos con eficiencia energética, acceso a servicios, espacios flexibles y, sobre todo, estabilidad de valor en el tiempo. Esto obliga a que la industria incorpore estándares que antes eran vistos como opcionales, tales como las certificaciones verdes, gestión de residuos, uso de materiales sustentables y modelos financieros adaptados a un comprador más informado y prudente.
La innovación no se limita a nuevas tecnologías constructivas. La verdadera disrupción proviene de la capacidad de repensar el negocio completo. Ejemplos concretos de ello pueden ser los modelos de copropiedad flexibles basados en esquemas que permiten a varias familias o inversionistas compartir espacios, reduciendo costos iniciales; la construcción modular y prefabricada que resultamás eficiente, con menos residuos y plazos de entrega más cortos; la digitalización de la experiencia del cliente, que involucra desde recorridos virtuales hasta sistemas de gestión postventa transparentes, generando confianza en un mercado golpeado por controversias de calidad; y proyectos de “ciudad de 15 minutos” que integren trabajo, educación, comercio y recreación en un radio caminable, reduciendo la dependencia del automóvil y mejorando la calidad de vida.
En Chile, el déficit habitacional supera el millón de viviendas, pero la solución no se reduce a construir más metros cuadrados. La confianza de los compradores y arrendatarios ha sufrido por problemas de postventa, promesas incumplidas y rigideces contractuales. Recuperar esa confianza exige transparencia radical: contratos claros, sistemas de resolución de conflictos rápidos y la implementación de estándares éticos verificables en cada proyecto.
Aquí las empresas que se atrevan a adelantarse y ofrezcan garantías adicionales (como pólizas de cumplimiento, certificaciones independientes de calidad o compromisos explícitos de postventa) no solo se diferenciarán, sino que podrán transformar esa confianza en ventaja competitiva.
Por otro lado, el consumidor chileno ya percibe la sostenibilidad como algo más que un eslogan. Edificios con paneles solares, sistemas de reutilización de aguas grises o tecnologías pasivas de climatización no son solo beneficios ambientales, sino una promesa concreta de reducción de gastos comunes y valorización futura del inmueble.
El sector inmobiliario puede dar un paso adicional en este sentido, materializadas en el desarrollo de métricas claras y comparables para que el cliente sepa cuánto ahorrará en energía y agua, cuánto CO₂ se evitará con cada proyecto y cómo se verá beneficiada la comunidad circundante. Transparencia, nuevamente, convertida en motor de confianza.
Para concluir y como propuestas de valor, se estima que la industria inmobiliaria y de la construcción por suerte no está todavía frente a un callejón sin salida, sino en un cruce de caminos. La salida no es resistir pasivamente a los cambios, sino liderarlos. En este sentido, creo que existen 3 ejes que marcan la diferencia:
El primero, es innovar con propósito, pues no basta con aplicar tecnología; es necesario que ésta responda a las necesidades reales de accesibilidad, calidad de vida y sustentabilidad.
En segundo lugar, se debe recuperar la confianza, siendo radicalmente transparentes en contratos, plazos y postventa; y en tercer lugar, se debe construir valor social, entendiendo que cada proyecto inmobiliario impacta en barrios y comunidades, y que la licencia social para operar se gana con participación ciudadana y respeto al entorno.
En definitiva, quienes logren conjugar rentabilidad con confianza, innovación y sostenibilidad no solo sobrevivirán al actual contexto, sino que se posicionarán como líderes de la próxima etapa del desarrollo urbano en Chile.