Trece locales históricos bajaron la cortina o se trasladaron fuera del casco céntrico. Inseguridad, deterioro urbano, migración de oficinas al sector oriente y cambios en los hábitos de consumo explican la desaparición de parte de la memoria culinaria de la capital.
Por: Equipo Mercados Inmobiliarios
Por décadas, comer en el centro era mucho más que resolver el almuerzo: era un gesto cultural, un rito compartido.
Entre bandejas de arrollados en El Hoyo, brindis en La Piojera, cafés de sobremesa en Roma o noches interminables en el Ópera Catedral, se tejía la identidad de una ciudad que encontraba en sus restaurantes un punto de encuentro entre oficinistas, artistas, estudiantes y turistas. Hoy, buena parte de esas mesas están vacías.
Según un catastro realizado por la consultora Colliers, trece restaurantes clásicos han cerrado sus puertas en los últimos años.
Entre ellos figuran Les Assassins, Ópera Catedral, Café Roma, Bar Loreto, Bar Berri, Squadrito, Bar Nacional, La Piojera, El Hoyo, Bar Las Tejas, Antigua Fuente, Venezia y La Fábrica de Completos —que sobrevivió en versión foodtruck en La Florida. La lista no solo revela un giro gastronómico: marca el final de una era en la vida urbana de Santiago.
“El cliente clásico emigró”, sintetiza Reinaldo Gleisner, vicepresidente de Colliers. La frase condensa décadas de transformación. Los almuerzos de oficina, las reuniones de abogados cerca de la Corte Suprema, los encuentros post trabajo: todo eso se mudó a El Golf, Nueva Las Condes o Nueva Costanera.
“Lo que parecía impensado hace 20 años —que los estudios jurídicos dejaran el centro— ocurrió, y con ellos desapareció el público más fiel de los restaurantes tradicionales”, agrega el ejecutivo.
A esa migración se sumó un cambio profundo en las preferencias de consumo. “El modelo de fast food y los patios de comida conquistaron al público: variedad, rapidez, precios ajustados al bolsillo. Ese formato explica la masificación de opciones al paso en lugares como el Paseo Ahumada, que pasó de ser un eje de tiendas y cafés a un gran patio de comida abierto”, analiza Gleisner.
El deterioro del centro
Pero no es solo un cambio de hábitos. La inseguridad y el deterioro urbano completaron el cuadro. “Nadie va al centro si puede evitarlo”, admite el experto. El comercio ambulante desbordado, la falta de inversión en infraestructura y la percepción de riesgo disuaden tanto a oficinistas como a turistas. Lo que alguna vez fue un espacio vibrante, hoy se asocia a abandono y precariedad.
Así, la ciudad perdió una de sus postales más reconocibles: los restaurantes como símbolos de una vida urbana pujante. Donde antes se celebraban ascensos, reencuentros o simples viernes de amigos, ahora abundan cortinas metálicas cerradas o locales arrendados a cadenas de comida rápida.
La gran pregunta es si este éxodo tiene retorno. Colliers es escéptico. Las oficinas que se mudaron al oriente difícilmente volverán, y sin ellas, la base de clientes estables se reduce drásticamente.
“Los restaurantes deberán reinventarse, quizás apelando al turismo o a experiencias gastronómicas únicas. Pero mientras persistan la inseguridad y el descuido, las perspectivas no son positivas”, concluye Gleisner.
El cierre de estos trece locales no es solo un dato económico: es la desaparición de una parte de la memoria capitalina. Porque en cada uno de esos espacios se escribieron historias de sobremesa, brindis y encuentros que definieron al Santiago del siglo XX.
Y con su desaparición, la ciudad también se queda un poco más sola.






