Por: Tracy Dustan, Commercial Manager y Real Estate Technology Bheed
En Chile faltan más de 600 mil viviendas. Eso ya lo sabemos. Lo que aún no sabemos es en qué etapa están esas miles de casas que se supone se están construyendo. Porque si uno lee los anuncios del gobierno, parecería que estamos a un par de meses de resolver el problema. Pero basta caminar por cualquier comuna para darse cuenta de que el déficit no es solo de viviendas. Es de ideas claras, de planificación realista y, sobre todo, de ganas de hacer que las cosas pasen de verdad.
Llevamos dos años escuchando sobre el famoso “Plan de Emergencia Habitacional”. Suena potente, ¿cierto? Emergencia. Habitacional. Un concepto que evoca cuadrillas trabajando día y noche, excavadoras abriendo terreno y ministros con casco blanco sacándose selfies. Pero la realidad es que el plan ha sido más una emergencia comunicacional que habitacional. En papel se ve hermoso. En terreno, seguimos con tomas, subsidios sin aplicar, proyectos sin recepción, y trámites que demoran más que la segunda temporada de una serie chilena.
Acá ya es costumbre anunciar soluciones sin sustento. Propuestas llenas de siglas —DS49, DFL2, EGIS— que parecen inventadas por alguien con complejo de crucigrama. Suenan técnicas en una entrevista radial, pero no las entiende ni el que las redactó. Y claro, mientras más confusas, menos exigencias. Una estrategia brillante… si lo que quieres es no hacer nada.
Mientras tanto, se reparten subsidios que no alcanzan ni para comprar un estacionamiento, y se promueven créditos “blandos” que se sienten más duros que control de la PDI a las 3 AM. Los jóvenes siguen arrendando, las familias siguen esperando, y los privados… bien, gracias. Porque el sector inmobiliario privado, lejos de ser el villano, es parte del reparto principal. Pero está asfixiado entre permisos eternos, normativas que cambian a mitad de rodaje y una opinión pública que los mira como si estuvieran construyendo en Macondo.
Lo irónico es que mientras el país necesita con urgencia que se construya, levantar un edificio hoy toma lo mismo que criar un hijo: ocho años, con suerte. Y eso si no te cae encima una paralización municipal, una demanda vecinal o un cambio reglamentario que te obliga a rediseñar hasta la jardinera del piloto. ¿Y la política pública? En vez de facilitar, complica. En vez de incentivar, castiga.
Porque seamos honestos: el humo vende. Y en año electoral, aún más. Pero el cemento no. El cemento cuesta, ensucia, demora. Por eso se anuncia más de lo que se construye, y se promete más de lo que se entrega. El arte de construir titulares ha reemplazado al de construir viviendas.
La solución? No es mágica. Pero sí concreta. Dejar los slogans colgados en la entrada del ministerio y poner manos a la obra: permisos que avancen, subsidios que realmente sirvan, créditos accesibles y alianzas público-privadas que funcionen sin asfixiarse en trámites. Menos show, más retroexcavadora. Menos promesas, más llaves entregadas.
Porque el déficit habitacional no se resuelve con discursos ni con maquetas en conferencias de prensa. Se resuelve cuando el Estado deja de ser un cuello de botella y se atreve, por fin, a ser parte de la solución.